No está claro quién mató a los 43 estudiantes, si fueron narcos o si fue la policía
“Lo acontecido es uno de los sucesos más terribles de los tiempos recientes”, dice la ONU
Fue una masacre. A mi compañero le pegaron un tiro en la cabeza y se debate entre la vida y la muerte. Yo tengo un disparo en la pierna y al ‘Chilango’ le arrancaron los ojos y la piel de la cara. Faltan además 43 compañeros de esta escuela y no pararemos hasta que los entreguen, explica Juan, un alumno que la noche del 26 de septiembre se libró por poco de estar en una de las seis fosas que conmocionan a México.
“Éramos unos 80 alumnos, salimos a por tres autobuses como habíamos hecho otras veces. Solemos ‘tomarlos prestados’ un par de días par ir a las manifestaciones, en esta ocasión a la del 2 de octubre en la Ciudad de México que rememora la matanza de Tlatelolco, y luego los devolvemos”.
En la pista de baloncesto de la escuela de magisterio de Ayotzniapa, junto a retratos de Lenin o Marx, Juan Pérez (nombre ficticio) traga lágrimas y saliva con cada frase. Mientras enrolla en la palma de la mano una tortilla de maíz, hace pausas largas para explicar la noche más siniestra que se recuerda, misma en la que desaparecieron 43 compañeros de magisterio que nadie ha vuelto a ver y que se intuye pueden estar en las fosas encontradas el domingo.
Piel oscura, pantalón rasgado y unas ropa tan limpia como remendada infinidad de veces. “Íbamos con los autobuses cuando una patrulla se puso delante y nos cortó el paso. El policía que la conducía salió corriendo y varios alumnos bajamos para moverla. Yo estaba delante con mi compañero ‘La garra’ moviendo el coche cuando oí un balazo, miré y me di cuenta que estaba en el suelo y su cabeza echaba sangre sin parar. De repente aparecieron muchos más policías que disparaban sin parar. Ráfagas que venían de todos los sitios hasta que otra bala me alcanzó a mí en la rodilla. Como pude corrí al autobús y durante veinte minutos rodearon el vehículo y abrieron fuego a mansalva, sin parar. Los cristales, las ruedas, la chapa…todos estaba destrozado y lleno de agujeros mientas aguantábamos tirados en el piso del bus, bajo los coches, escondidos.
En la segunda refriega aparecieron más policías que disparaban al resto de estudiantes que bajaron de los otros autobuses. Juan ya herido vio entonces como a otro ‘compa’ le daban en la boca y le dejaban en carne viva todo lo que va desde la frente al mentón.
“Nos estaban masacrando los policías en la calle Gálvez. Luego llegó otro vehículo con más gente armada que siguió abriendo fuego. Todos corrimos del lugar intentando escapar pero nos agarraron por la fuerza y metieron a los compañeros en la patrulla. Estaban muy bien coordinados y yo escapé de milagro. En un primer momento pensé que irían a comisaría pero cuando volví al lugar, unas horas después encontré a ‘El chilango’, tirado en el piso. Le habían arrancado la piel de la cara y le habían vaciado las cuencas de los ojos. Parecía una calavera. Ahí supe que esto era distinto” concluye entre lágrimas.
Tras la matanza se destapó la gran olla podrida que son algunos municipios como el de Iguala donde la policía está en la nómina del crimen organizado. La policía Federal (nacional) fue a por el alcalde pero este había huido un minuto antes. Luego detuvo a los 22 policías municipales que participaron en la matanza. Gracias a la confesión de uno de ellos, que reconoció haber matado a 17 estudiantes, se encontró la fosa de Pueblo Viejo donde han aparecido los 28 cadáveres que se están identificando.
¿Una advertencia del ‘narco’ a los estudiantes? ¿se le fue la mano a la policía? ¿masacre premeditada?…Por el momento sólo los forenses y algún habilidoso fotógrafo ha podido llegar al macabro escenario pero un policía que custodia el lugar relata lo que vio nada más llegar: “mire, es como si hubieran hecho una gran barbacoa. Primero una fila de jóvenes tumbados y alineados, encima madera y paja, luego otra fila de jóvenes y más madera, luego otra y así sucesivamente como si fuera un sandwich. Luego les echaron diesel y le prendieron fuego” recuerda.
“No queremos llorar, no queremos lamentarnos ni pedir caridad. Queremos que sepan que tenemos miedo pero que estamos encabronados. Muy encabronados, explica en el patio de la escuela Manuel, tutor de dos chicos desaparecidos hace diez días. Manuel, también da un nombre falso y advierte que en los próximos días van a arder el estado de Guerrero; “No podemos más” advierte.
Según el fiscal de Guerrero, Iñaki Blanco el grupo los Guerreros Unidos, un minúsculo pero sangriento cártel separado de los Beltrán Leyva está detrás de las muertes de los chicos. Sin embargo los padres de esta escuela de magisterio, de donde han salido guerrilleros tan conocidos como Lucio Cabañas, acusan directamente al gobernador del estado “que odia esta escuela porque somos incómodos y rebeldes y quiere cerrarla”, explica Manuel. Los padres movilizados llegados de remotas comunidades perdidas en la montaña a duras penas hablan español pero mantienen intacto su discurso antisistema.
Pero mientras los forenses analizan los huesos encontrados, la ciudad de Iguala, escenario de la matanza, amaneció ayer empapelada con varias pancartas firmadas por los Guerreros Unidos en la que “damos 24 horas al gobierno de Guerrero para liberar a los 22 policías municipales detenidos” por estar involucrados en la matanza. Y advierten: “si no cumplen con su petición, darán a conocer los nombres de los políticos que los apoyan. La guerra ha comenzado” amenazan.
El escándalo nacional obligó a Peña Nieto a dar un mensaje a todo el país donde advierte “que se encontrará a los responsables”.