¿Qué es la paz? Aquiles Córdova Morán

 

La palabra “paz”, como la palabra “libertad”, es un vocablo que comporta un gran prestigio social, una enorme carga positiva, así como otras, por el contrario, llevan encima una carga negativa tal que, con sólo mencionarlas, provocan en el público inevitables reacciones de rechazo y hasta de cólera irreprimible. Es el fetichismo de las palabras, que nos lleva a pensar que basta con llamarle “sexoservicio” a la prostitución, para que su realidad se vuelva menos lacerante. Pero, al igual que sucede con la “libertad”, poca gente es capaz de definir con precisión qué es la paz, cuál es su exacto significado, qué manifestaciones reales y tangibles delatan su presencia en la sociedad y qué puede esperar de ella el hombre común y corriente.

No está demás comenzar recordando que muchos destacados estudiosos que han escrito sobre el asunto, coinciden en que la paz no puede entenderse ni definirse como la simple ausencia de guerra o de conflictos violentos entre las naciones o en el seno de una misma sociedad. Entenderla así significa cometer un importante error de juicio, una grave equivocación en el razonamiento no sólo porque adolece de simplismo, maniqueísmo y superficialidad, sino también porque puede conducir al grave extravío de política práctica de querer imponer esa paz por medios mecánicos, es decir, simplemente reprimiendo por la fuerza, el terror y el castigo toda aquella manifestación de la vida social que pueda interpretarse como perturbadora de la paz así concebida. Lograr una paz ficticia a toda costa, a como dé lugar, ha sido causa y consecuencia de algunas de las más terribles dictaduras que ha padecido la humanidad a lo largo de su historia; y para no ir a buscar ejemplos ilustrativos de esto lejos de nuestra realidad y ajenos a la misma, baste con recordar qué fue, qué significó para nosotros la paz porfiriana.

La paz social pues, no es la simple ausencia de guerra o de conflictos. En su forma más profunda, más benéfica y humana, es, debe ser la resultante de un determinado estado de espíritu de todos y cada uno (o cuando menos de la inmensa mayoría) de los individuos que integran la colectividad; un estado de espíritu que nace, a su vez, del hecho de que cada hombre y cada mujer se siente satisfecho, contento, en armonía con su entorno y plenamente realizado en sus necesidades y aspiraciones materiales y espirituales dentro del marco de la sociedad en que le tocó vivir. Y es más que evidente que tal sosiego, estabilidad y reconciliación con la vida sólo pueden florecer allí donde la organización social permite y garantiza que todos reciban, a través de su trabajo y esfuerzo, los satisfactores necesarios, en la cantidad y calidad requeridas, no sólo para conservar la propia existencia material, sino también para su plena realización como seres creativos, productivos y reproductores puntuales de sus condiciones sociales de sobrevivencia.

De aquí se deduce, pues, que no puede haber verdadera paz social, paz espontánea (no impuesta) libre y alegremente consentida, buscada y demandada por todos, en una sociedad donde sus miembros viven en una constante zozobra respecto al futuro; donde faltan empleos; donde los salarios no alcanzan para satisfacer los requerimientos básicos de la familia; donde hay graves deficiencias de vivienda, salud, educación y alimentación; donde los servicios básicos como el agua, la energía eléctrica,

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