Por Pedro García
Para el observador común las tertulias matinales que se brindan en la planta baja del Palacio Municipal de Monterrey, cada domingo es el mismo disfrute. Sin embargo, cada vez que este reportero acude en busca del desconecte del ruido de la politiquería encuentra algo distinto, digno de ser registrado…
El embrujo del danzón arrebata las sensaciones de los bailarines y la admiración de los espectadores. Veo a mi amigo Juan Ferré, con respetable dama, deslizándose con la maestría que le ha acreditado pergaminos como el mejor en muchas tandas en distintos escenarios.
La Banda Municipal dirigida por Jorge Barbosa es un regalo musical, casi único, en esta Sultana del Norte dominada por lo grupero y el vallenato. La música de la banda es un oasis de ritmos señeros que se impusieron en la primera mitad del siglo XX: ahí escucha uno el danzón, originado en el siglo XIX, mambo (Pérez Prado), chachachá (Jorrín) y cumbia (de sus muchos representantes).
Ya entradas en gastos, las venerables personas aceptan el desafío que les impone la banda con el mambo. Osadas, las parejas dan rienda suelta a las coyunturas: lo más parecido a una rutina de “cardio” en cualquier gimnasio (siástole-diástole); un conjuro a la diosa de la danza, Terpsícore.
Ramillete de jóvenes fotógrafas, embelesadas con los bailarines disparan a todos los puntos cardinales de la explanada para captar la maestría de las parejas: ¡click! ¡click! ¡click! Es la joven Mariana González tomando sus placas en apoyo de este cronista.
El reportero se estremece de emoción al ser recibido por la voz de Sergio Barbosa que, por tres minutos, deja el trombón para interpretar la grandiosa pieza “Bonita” del inolvidable Luis Arcaraz (q.e.p.d): /Haz pedazos tu espejo/ para ver si así dejo/ de sufrir tu altiveeez/ Bonita…
Sergio, heredero de la dinastía de los Barbosa, músicos regiomontanos de Big Band se prodiga aún más con “Quinto patio” del mismo Arcaraz que refiere el amor humilde, de entrega total, aunque víctima del desdén: Por vivir en quinto patio/ desprecias mis besos/ un cariño verdadero/ sin mentira y sin maldaaad/
La explanada lució, nuevamente, a tope. Tara – rara – rara – rán…Tara – rara – rara – rán…¡Mambo a la Kenton! Y he ahí que sobre las baldosas irrumpe par de torbellinos que atraen la admiración general. Su espectacular sincronización provoca el ¡ahhh! Las miradas al límite, los ojos casi desorbitados, dan testimonio incuestionable de la perfección de los pasos del baile en pareja.
Los espectadores taconeaban al son del formidable par de bailarines evocadores de las fabulosas pistas de los famosos salones de bailes populares, cantera de danzantes emergidos a los grandes montajes en los teatros de revista y el celuloide.
¡Y el atavío!, ella con vestido de una pieza en rojo, tocada con pequeño sombrero de ala y cinta leopardada, zapatillas doradas. Él, mocasín en blanco, pantalón negro con finísmas rayas en blanco, camisa glamorosa estampada, claro también con su sombrero de ala en blanco.
Su sincronía es total, su entendimiento perfecto como con los ojos cerrados: él sabe a dónde evolucionará ella. Ella sabe dónde ha de tomar su mano para dar las vueltas y rematar los pasos. Una pareja sensacional que, finalizada la tertulia, se encamina a los históricos salones del Círculo Mercantil Mutualista para seguir con lo que, presumo, es la mitad de su vida: el baile.
Solitario bailarín danza perfecto, con graciosos pasos, el mambo “Lupita”, evocador del “Cara de foca” (¡Dílo!): ¿¡Qué quiere esa niña!?/ ¡Bailar!/ ¡que baile esa niña!/ ¡Sí, sí!/ El viejón, vitalísimo, graciosísimo, ríe y baila, ríe y baila; solo, sin pareja alguna, levanta su mirada como en conjura de aquellos tan- tan- tan- tan de los inveterados tambores que tocaban los ancestros en el continente donde, aseguran los teóricos, se originó la Humanidad.
A la una de la tarde, toca a su fin la tertulia. Y hasta el jueves a las 6 de la tarde cuando retornará la Banda Municipal que este 2015 cumple 35 años de vigencia incansable, complaciente con su público.