El sacerdote Gregorio López murió por asfixia, no por un disparo

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Gregorio López es el tercer sacerdote asesinado este año en Guerrero. De acuerdo con el fiscal general de la entidad, Miguel Ángel Godínez, el párroco murió por asfixia y no por un tiro en la cabeza, como había informado inicialmente la diócesis de Ciudad Altarmirano, a la que pertenecía.

En entrevista con Manuel Feregrino, de Grupo Fórmula, el funcionario estatal –que tomó protesta al cargo el pasado 19 de diciembre– dijo que “el padre López Gorostieta no murió por un tiro de arma, murió por asfixia”. 

Agregó que su cuerpo fue encontrado en estado de descomposición y aunque dijo que hay varias líneas de investigación, descartó dar más detalles.

El pasado viernes 25 de diciembre la diócesis de Ciudad Altamirano, a la que pertenecía Gregorio López, informó que el sacerdote apareció muerto un día antes con un disparo en la cabeza. “Creemos que no es solo robo, va mucho más allá. La manera en que han sido perpetrados los asesinatos genera dudas serias al respecto”, dijo el sacerdote Omar Sotelo, director del Centro Católico Multimedial.

El sacerdote fue secuestrado el lunes 22 de diciembre en el seminario en el que daba clases. Su camioneta fue abandonada y no se había pedido ningún rescate por él.

El 24 de diciembre pasado, decenas de sacerdotes católicos y cientos de feligreses marcharon por las calles de Ciudad Altamirano, exigiendo la liberación de  López Gorostieta y por una serie de plagios, asesinatos y asaltos contra curas.

El clérigo López Gorostieta es el tercer sacerdote asesinado este año en la Tierra Caliente, una región del estado de Guerrero dominada por el cártel de los Guerreros Unidos, responsable de la desaparición de 43 estudiantes en el mes de septiembre en la misma zona.

Los otros ataques

En septiembre, el cuerpo maltrecho del sacerdote Ascensión Acuña Osorio fue encontrado flotando en el río Balsas cerca de su parroquia en San Miguel Totolapan, cercana a Ciudad Altamirano. La fiscalía del estado de Guerrero informó que el cadáver del sacerdote presentó heridas en la cabeza, pero se desconocía si fueron causadas cuando el cuerpo fue arrastrado por la corriente o si Acuña fue asesinado antes de ser arrojado al río. La fiscalía no ha dado a la diócesis más información sobre su muerte.

Los habitantes de San Miguel Totolapan dijeron a los reporteros que el padre Acuña era muy querido en el pueblo, pero temían hablar más al respecto.

Según el obispo Maximino Martínez, la región es tan peligrosa que un sacerdote fue secuestrado brevemente en las montañas que se alzan sobre San Miguel Totolapan a manos de hombres armados del cártel que se quejaron que el cura había estado hablando en favor de La Familia, un cártel rival.

El sacerdote tuvo que explicar rápidamente que estuvo hablando a favor de los valores familiares, no sobre “La Familia”.

A principios de este año, otro padre resultó herido cuando hombres armados lanzaron una ráfaga contra su camioneta en un camino local; el conductor del cura murió en el ataque.

El sacerdote Oscar Prudenciano, un párroco de la ciudad de Iguala, dijo haber sobrevivido a una agresión similar en una carretera en mayo de 2013, cuando se dirigía a un bautismo. Un grupo armado lo obligó a orillarse, aparentemente porque querían robarle su vehículo. Lo sacaron de la camioneta y todo indicaba que lo iban a asesinar; el padre se salvó sólo porque un grupo rival se apareció en el lugar y se desató un tiroteo, lo que permitió a Prudenciano escapar.

“Pensaba que me iban a matar”, recordó. “Yo salí corriendo, y salvé la vida”.

Si bien todos están expuestos a asaltos en los caminos de la región, algunos de los ataques parecen estar dirigidos específicamente a miembros de la Iglesia, sobre todo sacerdotes que se niegan a realizar matrimonios o bautizos apresurados para integrantes de bandas de narcotraficantes.

“Hay veces que van y piden un bautizo y si no se lo hace uno, comienzan a amenazarte, o un matrimonio, hasta piden bendecir un carro o una casa”, aseguró Martínez. “No aceptan un no por respuesta”, agregó.

Algunos asesinatos se quedan sin resolver. El cura ugandés John Ssenyondo, de 55 años, fue secuestrado a principios de este año luego de oficiar misa, cuando un grupo de personas en una camioneta deportiva interceptó su auto.

Su cuerpo fue luego identificado como uno de los 13 hallados en una fosa clandestina encontrada el 2 de noviembre en el pueblo de Ocotitlán.

Funcionarios de la Iglesia creen que algunos de las agresiones, podrían de hecho tener la intención de desalentar a los sacerdotes de protestar por la creciente violencia.

Monseñor Ramón Castro, el obispo de la diócesis de Cuernavaca, al norte de Guerrero, dijo que luego que la Iglesia organizó una marcha contra la violencia en la que miles de personas participaron en marzo, un grupo armado secuestró a trabajadores de tres parroquias en ataques casi simultáneos al día siguiente. Fueron liberados horas después.

“Pesamos que fue como una advertencia, de que nos calláramos”, declaró Castro.

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