La mayor fábrica de parados de España
Por Miguel Ormaetxea
Desde el 2007, se han despedido en España a más de 11.000 periodistas. Entre 20 y 25.000 periodistas buscan activamente trabajo mientras que las facultades y escuelas de Periodismo en España arrojan a un mercado prácticamente inexistente a 3.000 titulados más cada año. Es hora de hacer algo con unos estudios que se han convertido en fábricas de frustración y paro.
“Tenemos un problema muy serio de masificación y también de blindaje. Hay que incorporar la crítica”, ha dicho la semana pasada Fernando González Urbaneja, expresidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y exdecano de la Facultad de Comunicación Antonio de Nebrija. Desde el año 1976, han salido unos 78.000 licenciados en Periodismo de los más de 40 centros de enseñanza de esta profesión en España. Mientras tanto, se siguen despidiendo periodistas de los medios, que están en general en su punto histórico más bajo en prestigio y calidad. No es de extrañar: los tres principales diarios nacionales de España están en peligrosos números rojos. Según los últimos datos de OJD de septiembre, los tres diarios se anotan nuevos y duros retrocesos en sus cifras de ventas. Entre “El País”, “El Mundo” y “ABC”, todos juntos han vendido en dicho mes una media de 347.000 ejemplares, una cifra que es menor de la media que vendía “El País” hace unos 10 años. ¿Son hechos interrelacionados?
Un artículo de Carlos Díaz Güell titulado “Lectura crítica de los estudios universitarios de periodismo” pone el dedo en la llaga sobre las enormes carencias de la enseñanza actual de periodismo. “Hay muy poco profesional del periodismo en las facultades españolas”, escribe Díaz Güell. Efectivamente, las escuelas y facultades de periodismo se han ido convirtiendo progresivamente en una especie de coto privado endogámico de gente totalmente desvinculada del ejercicio práctico de la profesión. Mientras los medios de comunicación son alcanzados por el tsunami de la era digital, alterando hasta sus raíces todos los fundamentos tecnológicos y la cadena de valor de este negocio, las facultades de periodismo no recogen ni de lejos esta realidad. Mientras, por ejemplo, el “Washington Post” desarrolla una revolucionaria aplicación llamada “Storybuilder”, que va a ser el editor de textos de los periódicos que tienen futuro, una plataforma en la que se trabajará en colaboración en tiempo real para gestionar texto, fotos y vídeos, las facultades españolas siguen estudiando la pirámide informativa.
Tal vez habría que cerrar las facultades de Periodismo y crear escuelas donde enseñasen la disrupción digital, la “cultura beta” es decir, un modelo de cambio constante que facilita la innovación continua. Estos nuevos centros de experimentación y enseñanza deberían ser comunidades, plataformas de cocreación, una nueva profesión pensada como el resultado de conversaciones. Todo esto está a años luz de la penosa realidad actual.