Un cambio de cara encumbró de nuevo al Atlético en el Bernabéu, donde ya es un coco, nada que ver con aquel equipo que se amilanó durante años y años.
Hoy es un rival crudo para cualquiera y el Madrid no está a salvo. Ni con su mejor cara ni en estos tiempos de reconstrucción tras el rastrillo veraniego de los fichajes.
Mientras el Atlético se limitó al juego silvestre cerca de su portero, estuvo cerca de la derrota ante un rival al que le bastaba con recurrir a Cristiano. Cuando se soltó las cadenas, ya en el segundo acto, y puso en la pasarela a Arda y Griezmann, el partido sufrió un revolcón.
De estar supeditado a Moyá a estar a los pies de jugadores con chispa y vista al frente. El equipo de Simeone ganó cuando quiso jugar. Al Madrid, poco consistente, no le sirvieron los arreones de CR, le faltó un fútbol más coral, algún guía que articulara el juego. El equipo no está cosido.
El Atlético ha repescado la gloria sin ser un equipo versallesco, estilista. Lo suyo es la combustión, la tralla y la solidaridad a ultranza de sus mosqueteros.
En Chamartín, en el séptimo derbi del año, reprodujo todas esas virtudes, pero esta vez, hasta que movió el banquillo, no tuvo una migaja de fútbol, un jugador con ingenio, alguien capaz de tirar un regate, alguno que colonizara una jugada a partir de la pelota.
Le faltó un poco de Arda, algo de Griezmann, ambos suplentes de inicio. Con ellos al rescate, uno y otro mejoraron por completo a los de Simeone. A partir de ellos, con querencia por el balón y mayor vocación ofensiva, el Atlético tejió su victoria. Sintomático que llevara la firma de Arda, un buen pelotero.
Hasta los cambios, fuera de la periferia de Moyá el conjunto colchonero fue un equipo deforestado, con una columna de centrocampistas imprecisos, un supuesto atacante como Mandzukic más predispuesto al pugilismo en zonas alejadas del gol que a enfilar el área madridista y un socio desvalido como Raúl Jiménez, que ni rechistó.
Sin nadie capaz de darle una salida, el Atlético empotró el trasero cerca de su portero y ahí anidó a la espera de que menguara el tiempo o el juego le concediera una jugada a balón parado, suerte que domina como pocos. Por ahí llegó el gol de Tiago.
El gol no causó la más mínima sorpresa. Un calco del poderío rojiblanco cuando embiste en este tipo de jugadas y de lo esmirriado del Madrid para defender esas situaciones.
Koke lanzó con maestría un córner -la pelota golpeada con metralla y a medio vuelo-, Raúl García impidió brincar a Cristiano y Tiago se adelantó a Benzema, que le marcaba a su espalda, de mala manera, como el defensa que no es. En diez minutos, el Atlético tenía a rebufo a su vecino y a la hinchada rival dividida. Un sector la tomó con Casillas, lo que no es novedad.
Nada hizo para ello el capitán, pero hay quien no le pasa una, ni siquiera cuando no tiene culpa alguna, como en el gol de Tiago. A los pitos respondió con voces a favor otra parte de la hinchada.
Cuesta creer que tras 15 años de muchos milagros haya cruces sobre Casillas. Poco a poco, el Madrid encontró el remedio de enclaustrar al campeón de Liga. Con Kroos como el jugador bisagra que era Xabi Alonso y Modric en su radar, James merodeó por la banda izquierda y, de forma inopinada, Cristiano se desplazó a la derecha para asociarse con Bale, lo que supuso un estropicio para Koke, anulado por tanto tajo defensivo, y, sobre todo Siqueira, que se vio superado una y otra vez.
CR cogió el partido por el pecho. Primero provocó un derribo de Godín en el balcón del área, que ejecutó Bale. La respuesta de Moyá fue estupenda. En breve, el portugués citó de nuevo a Siqueira, que dio marcha atrás, aterrorizado. Permitió que Cristiano pisara el área. Le amagó y el lateral entró al trapo como un parvulario. El luso firmó el penalti.
El Madrid, colgado de su estrella, encapsuló a su adversario, sostenido entonces por Moyá, fantástico en un cabezazo de Benzema a pase de CR ante la mirada de Siqueira. El balón le botó en sus narices, pero el portero reaccionó con una agilidad extraordinaria. El partido era del Madrid, sin alardes, pero con Cristiano en su salsa.
Simeone interpretó rápido que su equipo precisaba con urgencia un toque de corneta, alguien que diera vuelo al equipo. Ante el Madrid, aunque no esté en plenitud, cuesta un mundo resistir tan solo con una trinchera. Desgastado Mandzukic, extraviado Gabi y sin rastro de Raúl Jiménez, el técnico argentino echó el lazo a Arda, Griezmann y Mario Suárez.
El Atlético fue otro. Con el paso al frente que le permitieron los dos primeros, capaces de retener la pelota, de encontrar espacios, de estirar al grupo, el equipo se defendió aún mejor. No hay mejor resguardo que alejar al contrario de tu área.
La crecida de Arda, autor del segundo tanto, fue encapotando al Madrid, que se quedó colgado de CR, sin otra réplica. Ancelotti despachó a Bale y Benzema, pero Isco y el debutante Chicharito no tuvieron peso. Como tampoco James, bullicioso y nada más.
Aún se busca, como busca Ancelotti cómo reconstruir el mecano. El Madrid no dio con quien tocara las teclas para armonizar el juego, solo encontró soluciones individuales, y no muchas. Su medio campo, sin Di María y Alonso, todavía está por enhebrar. El Atlético, cuando soltó amarras, se lo hizo pagar. Ya sabe la diferencia entre atacar de espaldas o de frente. No hay color